Una pareja de ladrones

No hay comentarios

Clasificación: R

—No te metas allá porque esta vez te mata — dijo la perra.

—No creo que me mate; quizá me muela a palos otra vez — respondió el perro, y se acercó lentamente, con la cola entre las patas, a la carnicería del barrio.

Primero asomó la cabeza. Vio que el gordo estaba distraído con otros humanos y se deslizó entre el bosque de piernas para atravesar el pasillo.

Escurridizo, logró llegar hasta el cuarto de bodega y lo que vio, tras levantar la mirada, lo sorprendió. Nunca había visto tantos costillares, lomos, longanizas, bofes, hígados, ojos y sesos juntos, y tan disponibles.

No lo pensó dos veces y quiso cazar lo que le resultaba más fácil. Estiró el pescuezo lo más que pudo para alcanzar un trozo de panza. Lo tomó con los dientes, pero era tan grande que más de la mitad se arrastraba.

Alcanzaba para saciar su hambre y para engordar las tetas de la perra. Quiso salir de prisa, pero cuando dio vuelta vio la sangre en el delantal, las botas de plástico, la barba espesa, el guante de acero y la brillantez de su cuchillo.

Atravesado en la puerta, el gordo río entre dientes, sin dejar de mirarlo y sin dejar de afilar su arma. El perro se encogió en una esquina sin soltar la panza. Echó las orejas hacia atrás y enterneció los ojos.

La perra, mientras tanto, lo esperaba en la esquina. Supo que algo andaba mal cuando el perro tardó más de lo normal. “Se lo dije”, pensó.

Avanzó unas cuantas patas cortas. Quiso hacerlo más rápido, pero el peso de sus críos no la dejó. Cuando le faltaba poco para entrar a la carnicería, vio que el perro venía corriendo hacia ella. Traía un trozo de lomo en su boca y la sobrepasó. Cuando llegó a la esquina, el perro le hizo una señal para que lo siguiera.

—Todo está bien — dijo el perro en el refugio.

—¿Qué pasó? — preguntó la perra.

—El gordo no es tan malo como parece — respondió el perro—. No entendí lo que me dijo, pero insistió en que le devolviera el trozo de panza que había agarrado y me dio este pedazo de lomo.

—¿Cómo saliste?

—Me dejó salir.

—El pedazo es pequeño, pero alcanza para hoy — dijo el perro—. Mañana saldré a buscar más.

—Esta noche nacerán — dijo la perra.

Una hora después, perro y perra se retorcieron de dolor mientras babearon espuma y los cachorros nunca nacieron.

Entrada anterior
Una extranjera en el metro
Entrada siguiente
Cosme

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.
Tienes que aprobar los términos para continuar