Lo supe.
La imagen era sepia. Unas personas y yo estábamos en la playa con unas olas enojadas que empezaron a crecer y decidimos correr hacia lo alto del cerro donde estaba la casa. Subiendo, di un giro para ver que el mar venía sólo por mí, porque los otros desaparecieron. Entré a la casa y cerré la puerta de dos alas con ventanales, justo antes de que el mar se estrellara contra ella. Me protegió. Me di cuenta que quedé a salvo. Fue cuando abrí los ojos en una mañana clara de verano, en donde mi esposa descansaba de manera tierna y profunda a mi lado. Fue un alivio. Siempre que tengo esos sueños inquietos, recuerdo un libro gordo de mi madre que los interpreta. La última vez que lo consulté fue en la adolescencia y a escondidas, cuando lo tenía a la mano. Hoy, después de hacerle el quite por tres días, la incertidumbre me ganó y me asesoré por otras fuentes. Supe que saldré victorioso.