Día de sufragio
El sol nos pica el rostro en la escuelita donde nos asignaron el voto. Es un lugar distinto de donde lo hemos hecho en los últimos once años. Por fin es nuestro turno en la fila, pero un hombre se pone en nuestro frente. Entendemos que tiene preferencia porque tiene muchos años encima de sus hombros, por donde nos mira con el rabillo del ojo para saludarnos con un monosílabo. Está vestido de manera pulcra, su peinado es meticuloso y los zapatos los lleva bien lustrados; pareciera que hasta el bastón lo hubiera encerado para la ocasión. Le correspondemos el saludo y seguimos con nuestra trivial conversación. Pocos segundos nos separan de su giro repentino para decirnos, mientras encoge la mirada y baja sus lentes de cadenilla: “No sabía que ustedes, los venezolanos, tenían derecho a votar en Chile”.