Cuento incluido en el libro «Vendedoras de amor y otros relatos» (2023), de la editorial Factor Literario. La ilustración es de Gabriela Cercos.
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—¡Tómate las pastillas de una vez, por favor, no empieces hoy a joder! —gritó Amanda.
Cosme, por su parte, se mostró rebelde. Hizo un berrinche y lanzó de un solo manotazo el frasco de pastillas al suelo y regó el vaso con agua.
—¡No las quiero tomar, mamá! —exclamó Cosme.
Amanda hizo una pausa y fijó la mirada en él. Cerró los ojos y respiró profundo para darse una tregua de varios segundos. Lo observó de nuevo y no pudo evitar que esta vez sus ojos se humedecieran. Se arrodilló para recoger cada una de las pastillas con movimientos sumisos, mientras pensaba en una nueva estrategia. Luego, se levantó y se dirigió a la cocina con la promesa de regresar, mientras Cosme no dejaba de mirarla.
Ese fue el único momento de rabia que experimentó Cosme en el día, porque en realidad se había sentido triste. Amanda estaba enojada con él porque la noche anterior volvió a orinarse en el colchón.
A pesar de que eso le resultaba incómodo, Cosme prefería seguir durmiendo abrazado a Beto, su osito de peluche favorito. Le daba miedo levantarse en la oscuridad para ir al baño, ya que las sombras le hacían sentir que había espantos al acecho.
Siempre observaba a Amanda, hipnotizada frente a su computadora, con su cabello rubio que suponía teñido y que no le agradaba. A menudo la veía seria y con suerte ella le dirigía la palabra, excepto cuando le encargaba pintar animales en un papel con los colores que le había comprado.
No le entusiasmaba la tarea, pero Cosme la hacía para evitar que se enojara aún más con él. En su tiempo libre, prefería jugar a la pelota o a la rayuela con sus amigos, o construir cometas con palos de esterilla y papel de periódico. Sin embargo, hacía tiempo que no jugaba en eso, dado que Amanda siempre le recordaba lo enfermo que estaba.
Cosme extrañaba a sus compañeros de clase y quería volver a ver a Tomás, Santiago y Raquel, en especial a Raquel, la niña que le gustaba. A pesar del miedo a la señora Josefa, la maestra que nunca sonreía y quien alguna vez lo había castigado con tres reglazos en la mano por mirar a Raquel, anhelaba regresar a clases.
También recordaba cuando su padre se marchó y nunca regresó. Aunque a veces era estricto con él, disfrutaba de momentos especiales, como cuando le enseñó sobre cómo ensillar los caballos y cómo estar bien vestido para la misa los domingos. Pero todo eso cambió. Ahora ve a su madre que vive con un hombre extraño y que no le agrada. No entiende por qué su madre tenía que dormir con ese hombre en la misma habitación. Eso sí que lo hace enojar.
Amanda regresó de la cocina con las pastillas que Cosme tanto odiaba y se sentó a su lado. Como si nada hubiese pasado, ahora traía una sonrisa tierna que le iluminaba el rostro.
—Te traje tus pastillas con jugo de guayaba, el jugo que te
gusta —dijo Amanda.
—No las quiero.
—Tómalas y te haré tu puré de papas favorito, ¿de
acuerdo?
—No quiero puré de papas… Quiero pastel.
—Está bien, te haré pastel, pero tómate las pastillas.
—Bueno… las tomaré.
—Así me gusta. Son para que te recuperes de tu corazón. Te quiero muchísimo, abuelo.