Fragmento del cuento «Cita a Ciegas»
Eran fallidos los intentos por disimular su nerviosismo: sus dedos pulgares discutían entre sí y su talón izquierdo daba brincos involuntarios. Sólo pensaba en una cosa: cómo debía ser la mejor forma de saludarlo. ¿De beso en la mejilla? Eso, a lo mejor, expresaría mucha confianza. ¿Solo saludarlo de mano? Tal vez resultaría muy formal. ¿Reemplazar las manos con una salutación dibujada en su rostro? Quizá demasiado simple. Pero en nada pensaba más que en cómo sería su aspecto físico. En todas las cartas cruzadas evitaron hablar de ese tema para quitarle importancia a lo material y darles preferencia a las virtudes románticas. Se basaron, durante meses previos a aquel día, en frases idealistas en forma de verso que él le envió por primera vez y que luego ella quiso corresponder para seguir un juego por el que, al principio, ella no daba ni un centavo (…)