Ella entró apresurada en el último vagón del metro de la noche, justo antes de que se cerrara la puerta. A pesar de saber que solo necesitaba cuatro estaciones para llegar a su destino, el cansancio le dijo que se sentara.
Ella y un hombre sentado en diagonal eran los únicos viajeros. Inmediatamente sintió la incómoda mirada del hombre, quien la recorrió de arriba abajo por un segundo antes de continuar absorto en su celular.
“Cae banda de extranjeros”, leyó el hombre entre labios el titular de la noticia.
— Ya estamos llenos de ellos — dijo mientras la miraba fijamente. — Vienen solo a delinquir — agregó.
Ella lo miró por un instante. No hizo ningún gesto ni pronunció palabra, porque quiso ocultar su acento ajeno. Doce años en el país no habían logrado cambiarlo, y probablemente nunca lo haría. Sintió miedo.
Faltaban tres estaciones para llegar a su destino.
— Mucha delincuencia — insistió él más fuerte, mientras negaba la cabeza.
Trató de ignorarlo, pero él no dejaba de mirarla.
— ¡Nos quitan el trabajo! — dijo con más énfasis.
Ella no aguantó y lo miró solo por un instante. Pensó en cambiar de silla.
En ese momento sonó su celular. Era su madre llamando desde su país. Lo silenció y se prometió que le devolvería la llamada al bajar del vagón.
Faltaban dos estaciones para llegar a destino.
— ¿De dónde eres? — le preguntó él firmemente.
Ella de nuevo no respondió, se puso de pie y dio dos pasos hacia la puerta de salida.
— ¿No vas a contestar? — insistió él.
Ella se acercó más a la puerta para no perder segundos en salir.
Faltaba una estación para llegar a destino.
El hombre se puso de pie.
Ella comenzó a temblar porque lo sintió más cerca.
— Eres extranjera, ¿verdad? — le preguntó cerca del oído.
El metro disminuyó velocidad.
— Déjame adivinar de dónde eres — dijo él.
El metro por fin se detuvo y las puertas se abrieron, mientras ella podía sentir su olor.
Salió del vagón a paso rápido. Muy rápido.
Cuando avanzó unos metros, miró hacia atrás.
Las puertas del vagón se cerraron. El hombre no paró de mirarla, pero adentro del metro.
Ella pudo respirar.
Su celular sonó de nuevo. Era su madre. Ella contestó.
— Hola, hija.
— Hola, mamá.
— ¿Cómo estás? — dijo la madre — ¿Hace mucho frío a esta hora en Madrid?
— No tanto, mamá, nací en Punta Arenas, estoy acostumbrada.